En mayo en el Journal de Physique y en junio en el Journal Encyclopédique, apareció publicada la carta de réplica de Mauduyt
de la Varenne a Bécoeur en la que confirmaba su autoría de la anterior y
en la que contraargumentaba a su oponente. Una nota al pie de página a
cargo del editor, sobre la carta de Bécoeur, decía:
"Todos los hechos enunciados en esta Carta, relativos a la colección del Gabinete del Rey, son de público conocimiento. No ha escrito sobre este tema ni una sola palabra que no sea conforme a la más estricta y rigurosa verdad. No obstante, si alguien albergara dudas sobre la realidad de algunos de estos hechos; si el señor Bécoeur refutara uno sólo de ellos, invito al lector a suspender su opinión, y a no pronunciarse más que después de haber consultado a los señores Conservadores del Gabinete."
El texto de la carta de Mauduyt, más breve que la anterior, de tan sólo ocho páginas, comenzaba así:
"Usted acaba, señor, de insertar en el Journal Encyclopédique de abril, la crítica a una carta sobre la manera de conservar los animales desecados, insertada el mes de noviembre último en el Journal del señor Abad Rozier: usted supone que la letra que usted refuta es de un desconocido que ha tomado mi nombre.Debo comenzar por certificarle que soy el Autor de la carta que usted ha censurado, y acto seguido debo sostener los hechos que ella contiene, puesto que, dado que usted la contradice, usted no la destruye [usted la tiene en cuenta].No trataré de los detalles en los que usted ha entrado, puesto que me llevaría a repetir lo que ya dije en mi primera carta; a la que remito a las personas a quienes esta discusión pueda interesar. Me limitaré en mi respuesta a los artículos más importantes, para tratar de aclararlos."
Mauduyt pasaba a enumerar algunas de las afirmaciones de Bécoeur y trataba de combatirlas. Defendía que su afirmación "los insectos vuelan y ponen sus huevos al azar"
al tratarla de forma aislada y fuera de contexto, perdía de ese modo su
sentido. Sobre el empleo del azufre, que Bécoeur veía como pernicioso e
insuficiente, Mauduyt mantenía que su uso era efectivo sobre insectos y
larvas, y que aunque no lo fuera sobre huevos o crisálidas, no podía
ser tachado de método inútil. Aceptaba que el azufre podía llegar a
provocar algunos efectos nocivos sobre el pelo y la pluma, pero que con
las precauciones que él mismo indicaba, podían ser nulos. Mauduyt
recurría a la colección de Réaumur
como ejemplo -pone algún otro- para explicar que durante los cuarenta
años que estuvo a cargo de su propietaro se mantuvo en buen estado "desconociéndose que haya empleado otro método de conservación que no fuera el azufre (...) sin embargo, cuando su colección fue trasladada al Gabinete del Rey, los insectos empezaron a estropearla. De lo que se libró [del ataque de los insectos] con el empleo unicamente de azufre". Le seguía una reflexión:
"¿Cómo puede usted acusar a una persona que publica un método gracias al cual está probado que pueden conservarse animales al menos durante cuarenta años, de poner a los Naturalistas en situación de tener que recomenzar con frecuencia sus colecciones? Esa no es más que una aserción vaga en la que no insistiré más."
Mauduyt
veía como irreconciliables las dos posturas, su propia creencia de que
no había más método preservativo contra los insectos que el azufre, y la
de su contrincante, tan seguro de su descubrimiento que, incluso, se
permitía mezclar animales preparados por distintos procedimientos.
Mauduyt recordaba que ya en su primera carta había reconocido que los
métodos que había aprendido eran insuficientes, y que más tarde los
había puesto a prueba. Más adelante continuaba:
"Usted me objeta, señor, el no haber ensayado [la eliminación de los insectos] con todos los olores o con todas las sustancias. Tiene usted razón, ¿debería ensayar con todas, sin objetivo, sin plan, sin una idea de mi trabajo? Usted que es un Artista (14) sabe bien que, seamos rigurosos, hay tantos olores como colores; (...) Creo estar en el derecho de concluir que es muy probable que no consigamos mantener a raya a los insectos por el efecto de los olores. He comprobado que no los ahuyentamos actuando sobre el sentido del gusto y que es imposible envenenarlos. Así que creo no haber avanzado nada más allá de aquello que he podido probar".
Mauduyt confirmaba que hacía años, durante un viaje de Bécoeur
a París -había sido en mayo de 1771-, este le había regalado algunas
aves, y que todas excepto dos las había incorporado a su colección.
Contra el argumento de que durante aquel encuentro Bécoeur le hizo notar
el hecho de que no desprendían olor, unicamente el olor propio del
animal, Mauduyt respondía que muchos animales que apenas desprendían
olor habían sido pasto de las polillas, y añadía que de las otras dos
aves que le había dado, una la había regalado y la otra la había
sometido a la prueba del tarro (15), que no
superó. Mauduyt reprochaba a Bécoeur pretender enfrentarlo a Buffon y a
Daubenton y el hecho de mantener en secreto la fórmula de su jabón arsenical:
"Usted empieza, señor, suponiendo que una carta en la que aconsejo el método empleado en el Gabinete del Rey, una carta en la que no se cesan de hacer elogios a ese método, es de un hombre que, según su expresión, desearía tratar de 'reducir a la nada los grandes monumentos elevados por los señores de Buffon y de Daubenton', ¡y usted acaba creyendo que esa carta estimulará la vigilancia y provocará la animadversión de estos sabios! Acerque, se lo pido, sus ideas, y verá que hay vínculo entre aconsejar el método que se sigue en el Gabinete del Rey, elogiarlo, situarlo por encima de todos los demás, ¡y el propósito estúpido de ofender a aquellos que practican este método! Entre 'querer reducir a la nada los monumentos' que se han erigido, ¡y jactarse del método que asegura la duración! Por tanto, oponiéndome contra los secretos habría faltado a los señores de Buffon y d'Aubenton a los que, por mi parte y públicamente merecen toda mi estima y consideración, a los que en particular debo todo mi reconocimiento por la amistad con que me honoran, sólo hubiera precisado que estos caballeros hubieran declarado que se reservaban cualquier secreto; lo que jamás han dicho. Si alguien hubiera descubierto un método verdaderamente preservativo, y hubieran sido ellos, no lo mantendrían en secreto; devendría patrimonio público, tan pronto como estuvieran seguros de su eficacia.¿Qué tienen en común los elogios que usted ha recibido, elogios que, a juzgar por los fragmentos que usted cita, no se deben más que a su conducta honesta, a su desinterés, a su trayectoria, y una carta en la que no hablo más que de métodos presentados como preservativos contra los insectos destructores de los animales desecados? ¿Dónde mi carta puede contradecir esos elogios, y cómo esos elogios pueden invalidar mi carta, si no existe relación entre objetos tan distantes? Sin embargo, es imposible encontrarlos, dado que en los fragmentos que usted cita no hay ni una sola palabra que esté relacionada con los secretos y los métodos considerados como preservativos; cuando ese es el único punto de vista que analizo en mi carta. Ella no contradice, por lo tanto, los elogios que usted ha recibido; y esos elogios tampoco hacen nada contra lo que ella contiene."
Y Mauduyt acababa su carta con el siguiente párrafo:
"En fin, señor, he tenido la delicadeza de no nombrar, de no citar a nadie. No imaginaba que usted pudiera pensar que mi carta le concernería; pero, por ligarla, como usted ha hecho, a los intereses de la colección del Gabinete del Rey, en cierto modo para encontrar una relación entre dos objetos tan dispares entre sí, hubiera sido preciso que usted se hubiera encargado de completar o mantener esta rica colección. Sin embargo, ni uno ni el otro de esos cuidados le ha sido confiado. ¿Porqué, habiendo quizás, en el Gabinete del Rey, algunas docenas de aves preparadas a su manera, entre varias miles que usted no ha preparado, y por el hecho de creerse usted concernido por una carta en la que ni le he nombrado ni señalado, ha sido suficiente para que usted me atribuya bajas y alocadas intenciones contra una colección por la que siento, tanto como usted, todo el aprecio, y cuya magnificencia está por encima de los vanos esfuerzos de los Particulares?Yo soy, etc."
A continuación de la réplica de Mauduyt, los editores del Journal de Physique añadían unas líneas para, además de avalar la trayectoria de Mauduyt, colaborador del Journal,
subrayar su modestia, por no haber aludido a su colección particular, y
certificar las afirmaciones que el médico vertía en su carta, y daban
fe en un claro tono de reprimenda a Bécoeur,
tanto de la autenticidad del contenido de aquella carta como de su
legitimidad, calificándolo además de grosero por el hecho de insinuar
que hubieran podido llegar a publicar un texto bajo seudónimo. Por su
parte, el Journal Encyclopédique, que como se ha dicho publicó la
misma carta un mes después, en junio, se limitó a reproducir el escrito de
Mauduyt, sin añadir opinión ni aclaración ninguna.
En agosto de 1774, Pierre-François Nicolas,
naturalista y farmacéutico de Nancy, autor bastante más tarde de esta
fecha de un destacable tratado de taxidermia, terciaría en la polémica
poniéndose en parte del lado de Mauduyt, mediante una carta que también
aparecería en el Journal del abad Rozier, y que se publicaría con el título de Supplément à la Réponse de M. Mauduit (...) à une Lettre de M. Becoeur (...). La carta comenzaba del siguiente modo:
"No desearía convertirme en su crítico, ni abrazar la defensa del señor Mauduit, solamente quisiera agregar algunos comentarios a la respuesta que él le ha dirigido en el Journal de Physique; pues [Mauduyt] no necesita de mi apología; no ha dejado nada sin justificar; sus razonamientos son justos y avalados por la experiencia. Es mi propia causa la que pretendo defender en la de Mauduit; adhiriéndome a su sentimiento, sostengo que los animales preparados con venenos, incluso los más violentos, no están a salvo de los insectos devoradores, y que pueden ser presa sin que se pueda influir en la fecundidad de estos últimos; ¿qué se concluye de este hecho, dirá usted, 'sino la ausencia de veneno?'."
Nicolas defendía que cualquiera de los venenos, incluso los más tóxicos como el sublimado corrosivo, el cardenillo (16), o los diferentes tipos de arsénico, aún disolviéndolos, no eran capaces "de
penetrar por las glándulas de la piel en el tejido delicado de los
pelos y de las plumas, y que consecuentemente no pueden defender de la
voracidad de los insectos", además de resultar peligrosos para "el Artista", también disueltos en agua. Nicolas se mostraba partidario de las fumigaciones sulfurosas:
"Usted se esfuerza en desacreditar el método para la conservación de los animales preparados que él [Mauduyt] propone. ¿Con qué derecho, señor, osa usted intentar privar a los Aficionados de la Historia natural del único método conocido hasta ahora para conservar sus colecciones? ¿Cree usted sus reproches bien legitimados, porque resulta desventajoso el uso de las fumigaciones sulfurosas, y porque usted tiene, como dice, un preservativo más seguro? ¿Qué hacen los Naturalistas con el admirable secreto que pretende poseer, si usted se reserva el uso para sí mismo? ¿Quiere hacer de él un objeto de comercio? No, ¿usted no tiene bastante con lo que ha dicho antes, para calificar de Comerciante de Aves a una persona con tal de hacerse el gracioso? El procedimiento generoso y honesto del señor Mauduit no merece esa respuesta; pues creo que complace a los Naturalistas, y a quien desde aquí quiero mostrar mi gratitud."
Nicolas
planteaba como alternativa un preservativo de creación propia,
afirmando que era efectivo, no nocivo para el preparador, y que además
no dañaba el pelo y la pluma. Pero no daba detalles: "Además tiene
otras propiedades cuyos detalles harían alargarme; y que reservo para
otro momento, ante el temor de causar aburrimiento". Le retraía a Bécoeur que dudara de la prueba del tarro a la que Mauduyt
sometía las preparaciones, y aprovechaba para explicar su experiencia.
Nicolas contaba que en septiembre de 1772 había enviado un par de piezas
al Cabinet du Roi, que fueron sometidas a dicha prueba y que unos quince meses más tarde, con motivo de un viaje a París, "el señor Daubenton me confirmó que estaban en muy buen estado, y que presentía un buen augurio a su preservativo [el propio de Nicolas]". Y continuaba:
"El señor Daubenton el Joven, con quien tuve el honor de departir durante un rato, tuvo la bondad de comentarme que, hasta ese momento, no se había descubierto nada eficaz en ese género; y tuvo incluso la generosidad de ofrecerme su certificación. Siendo esto tan incontestable, y habiendo sido su preservativo [el de Bécoeur] sometido a la prueba antes que el mío, por consiguiente el suyo se encuentra entre aquellos que han sido declarados como insuficientes. Pero ni la ventaja que tengo sobre usted me presupone para adelantar [afirmar] que mi preservativo no pueda alcanzar mayor grado de perfección, pues le confieso que en no mucho tiempo habré descubierto un método para emplearlo más cómodamente y con más eficacia, y no tengo dudas que, manejado por manos diestras, aún será más interesante para los Aficionados de la Historia Natural; con ese objetivo he decidido confiar ese secreto a los señores Directores del Gabinete del Rey, con el fin de que agreguen lo que crean conveniente antes de hacerlo público; me consideraría suficientemente pagado por la dedicación ocasionada por esta búsqueda con la dicha de que fuera de alguna utilidad."
Los editores del Journal de Physique añadían una breve nota al final de la carta de Nicolas:
"El proceder del señor Nicolas es el de un verdadero amante de la Historia Natural; pero sería aún más generoso si hiciera público su Método, examinado y verificado, en varios lugares a la vez, con lo que inmediatamente adquiriría el verdadero sello de utilidad."
Como hemos comprobado, Nicolas criticadaba a Bécoeur por su desconsiderado tono hacia Mauduyt, por su empeño en desacreditar otros métodos, y por no hacer pública la fórmula de su jabón arsenical;
pero caía en el mismo error de Bécoeur, no daba detalles de su
descubrimiento. Los editores tenían razón en su puntualización. Además,
Nicolas tampoco se rezagaba a la hora de buscar un aval en el testimonio de
los conservadores del gabinete real.
En septiembre y octubre de 1774, el Journal Encyclopédique
publicaría en dos entregas una extensa contrarréplica de veintidós
páginas de Bécoeur a Mauduyt, en la que el de Metz volvía a escarbar en
las contradicciones de su adversario parisino. Empezaba como sigue:
"Sorprende, señor, que usted reivindique una carta cuyos principios están vacíos de fundamentos y llenos de contradicciones. No imaginaba que iluminado por la llama de la física y de la medicina, además de amigo de los directores del gabinete del rey, usted hubiera aventurado una sola proposición capciosa. De todos modos, mi vuelta de tuerca (16) no pretendía ofenderle, era sino la más honesta que podía elegir, y atribuyendo a un comerciante de aves la carta insertada en el Journal de Physique, mi único propósito fue evitarle. ¿Quién otro, ciertamente, que un comerciante de aves, puede sostener esta tesis: 'inútil buscar, imposible hallar'? Esas aseveraciones, que me han sorprendido bastante, y que subrayo, usted apenas las trata en uno de los seis artículos de su carta que usted considera como el más destacable; por más que en el encabezamiento de su respuesta hayan tenido la intención de autorizarle mediante una nota con lo que pasa en el gabinete del rey. Tengo una alta estima y respeto por quienes presiden ese gabinete; sin embargo, permítame dudar que el cuidado de los animales, si está basado en el método que usted indica, sea el mejor posible. Yo lo creo imperfecto y perjudicial, y lo he de hacer saber a todos los naturalistas, no por el hecho de que yo defienda un método que haya descubierto, sino en pos de la historia natural; mi deseo no es otro que el de prevenir a los aficionados contra un prejuicio que el nombre de un hombre como usted no justificaría."
Bécoeur acentuaba las contradicciones de su adversario, como por ejemplo aquella en la que Mauduyt decía que los insectos volaban y ponían sus huevos al azar:
"Personalmente, señor, hubiera hecho mejor si usted hubiera dicho, no me importa responder la interpretación que usted hace de una frase ambigua, y veo con agrado que usted piensa como los grandes naturalistas, los cuales, escrupulosos observadores de la naturaleza, no creen en el azar. Esa forma de pensar nos reconciliaría, pero por si usted aún tuviera dudas, le propongo la siguiente experiencia."
Y le pedía que tomara sesenta gorriones,
"...(digo gorriones porque son abundantes fáciles de conseguir, y con la finalidad de que todo sea igual): séquelos al horno; exponga 20 de ellos a la oscuridad, 20 al aire libre y 20 en un apartamento. No es demasiado para observar las preferencias de los insectos. El primer gorrión afectado será uno de los que reposan en la oscuridad. Lo será por los dermestes, a causa de la grasa y de su mayor o menor ranciedad. Peor si esta se siente en el aire, o en el apartamento en mayor medida que en la oscuridad (quizás por efecto de la calor), usted verá, señor, que los insectos destructores preferirán las aves expuestas al aire. Los menos grasos serán, en cualquier lugar, atacados los últimos por los dermestes; las polillas preferirán estos, y escogerán entre estos los pájaros más viejos, y singularmente aquellos que hayan acabado de mudar. He constatado estos hechos mediante experiencias reiteradas, y si quisiera excluir totalmente el azar, añadiría que el estado de salud de estos pájaros en el momento de su muerte, y la manera como han sido heridos o afectados por el hilo de la red, determinán también la corrupción y la aproximación de los insectos. En mi primera carta probé hasta qué punto temen al mediodía [estar orientados al sur y recibir la luz directa], pues una sustancia así expuesta, los atrae más que parecida sustancia expuesta a la sombra. Siendo así que los insectos roen los animales sin preparación alguna, no tocan los animales que he preparado, en lugar alguno, entre los que se encuentran los que llevé a París, y los que le dí; se puede concluir que mis animales repugnan a los insectos, y que la historia de la paloma escamosa devorada sobre la misma repisa donde se encontraban otras aves hechas a mi modo, cierra el tema a mi favor."
Bécoeur añadía otro ejemplo para concluir que "el azar no determina a los insectos, y como usted mismo admite, los animales secos los atraen por su olor", y pasaba a rebatir el segundo enunciado de su adversario, el empleo de azufre que Bécoeur condenaba como un medio perjudicial e insuficiente. "Lejos
de refutarme, me parece a mi que los principios y los hechos con los
cuales usted combate mi opinión, no hacen más que reforzarla", y ponía en evidencia el argumento de Mauduyt
de que la fumigación no era un método del todo perfecto al no tener
efecto sobre huevos y crisálidas, y que debía fumigarse en el momento
justo de eclosión de los huevos para que fuese realmente efectivo, algo
difícil de detectar decía Bécoeur. Mauduyt había afirmado que debían "exponerse
los animales al vapor de azufre en el momento justo en el
que todo tipo de insectos pueda ser exterminado de una sola vez". "Como
sea que según usted hay catorce tipos de insectos que atacan a las
colecciones, y en épocas distintas, por consecuencia, fumiguemos
eternamente, o hagámoslo un par de veces para cada tipo de insecto y
generación" le rebatía Bécoeur con los propios razonamientos de su adversario, y que por tanto "este medio entrañaría el deterioro de los animales. (...)
Opte por admitir un método sin inconvenientes, cuya benignidad esté
sobradamente constatada, o bien ver devastar lentamente sus colecciones
por los insectos, o más prontamente por su remedio". Bécoeur
desmontaba con citas y testimonios el par de ejemplos que, en este
enunciado, había dado el propio Mauduyt, el de la colección de Réaumur, al que casi acusaba de impericia, y el de las aves compradas por el señor Grandelas en la venta por liquidación del señor Morand, naturalistas aficionados, un eminente médico el segundo.
"Después de haber probado su método como insuficiente y pernicioso, sin duda no habrá ningún aficionado [a la Historia Natural], que no desee encontrar otro mejor; pero, impregnado de estima por su manera de proceder, usted se erige contra cualquier otro preservativo que no sea el suyo; usted se refiere además a su prueba con una de mis aves, que encerró en un tarro sin otra comida, con insectos destructores, y que fue devorada, como usted dice: 'para que la bondad de un método fuera demostrada, sería necesario que los insectos murieran, sin haber dañado el animal'. Por el contrario, yo sostengo, señor, que para que un método sea juzgado como bueno, precisaría que un ave preparada, colocada entre otras, sobreviviera, y que no hubiera sido atacada por los insectos. He apoyado mi sentimiento sobre el razonamiento simple, que el propósito de un buen método siendo [su finalidad] obtener la conservación de los animales por los medios menos costosos y más fáciles, para que una hipótesis sea válida, se precisaría probar que los conserva en cualquier lugar, situados al aire, o encerrados en estancias, o en armarios, sin estar obligado a vigilarlos, ni a emplear fumigaciones, u otras recetas que exijan muchos cuidados. (...) Usted pretende que su única experiencia decida la bondad de un método; pero los razonamientos que emplea ¿son concluyentes?"
Bécoeur objetaba sobre el mismo sistema del tarro
como método incontestable a la hora de aceptar uno u otro método como
válido, pues lo sería también un armario vidriado o un cuarto, decía.
También dudaba de la afirmación de Mauduyt, que escribía que "un
insecto hembra fecundado, si entrara por accidente, una situación
difícil de prevenir, se verá forzado a depositar sus huevos sobre
animales que no han escogido (...). El mejor método es pues insuficiente para una colección encerrada en armarios, (...)", pues según Bécoeur, "aquí
se reproduce enteramente la doctrina del azar, que usted no admitía
hace un momento, cuando en fin, ¿qué diferencia encuentra usted entre un
'accidente cualquiera' y el azar?", y finalizaba esta primera entrega de su carta aludiendo, sin mencionar el nombre, a las bondades de su jabón arsenical.
La segunda parte de la respuesta de Jean-Baptiste Bécoeur a Mauduyt de la Varenne aparecía al mes siguiente, en octubre, claro está, en el mismo Journal Encyclopédique, y comenzaba así:
"Creo, señor, haber demostrado en mi primera carta en este [Journal], que ni el azar ni accidentes cualesquiera tienen incidencia alguna sobre la manera en que los insectos se reproducen, que a este respecto todo se determina de una manera fija e invariable dentro del orden natural, y que las preferencias marcadas que estos animales muestran sobre alguna sustancia, por encima de otras, se fundan en un instinto inmutable. Habiendo probado estos hechos, sobre los cuales usted está de acuerdo conmigo hasta este momento, siendo así, creo, han demostrado lo poco que mi método se expone a los accidentes que usted me opone".
Bécoeur
volvía a subrayar que era el olor el que atraía a los insectos, y que,
aún proponiendo él la ausencia de ese olor atrayente, no debía
descuidarse la limpieza. Y proseguía:
"No puedo evitar aquí, señor, hacer una reflexión que se presenta de forma natural: en todas las ocasiones en que usted razona en general, se reconoce al médico profundo, al sabio naturalista; ¿por qué, por el contrario, se crispa cuando exalta su método y menosprecia el mío? Es singular comprobar cómo los hechos, las primeras verdades de la historia natural se desnaturalizan bajo vuestras manos, para encajarlas en vuestro sistema; por ejemplo, usted admite que tengo razón en condenar la siguiente proposición: 'Los insectos vuelan y depositan sus huevos al azar'. ¿Lo hace para combatir mi método? Entonces, bajo la denominación de accidentes, pone usted en peligro el azar que había rechazado un instante antes. ¿Se trata de explicar cómo los insectos no perecen tras alimentarse de substancias envenenadas? Entonces usted inmediatamente los representa con mandíbulas capaces de separar las moléculas perjudiciales (...). Por lo tanto, tras haber dicho en su primera carta que le parecía imposible encontrar un método preservativo, y que, por esta razón, era inútil buscar; (...) presa de este argumento, y para salir del embrollo, usted me responde que 'hay olores que se pueden ver como primitivos (...)'. (...) Reflexione un momento, y vea, señor, hasta dónde el espíritu del sistema está fuera de lugar: ¿Cómo, señor, siendo médico, siendo naturalista, sostiene que hay olores que se pueden ver como primitivos? Cómo con este descubrimiento usted se ha alejado de los límites de la física y de la química. Sin duda que por medio de sus primitivos olores, usted podrá explicarnos cómo el más dulce perfume de la flor de la uva se reconoce en el fruto, el de la flor y del fruto en el vino, en el vinagre en su estado vaporoso y de corrupción. (...) Para mí, ingenuamente le confieso que no comprendo nada sobre el funcionamiento de la naturaleza sobre este tema, y que espero con impaciencia el momento en que usted nos revele su secreto".
Bécoeur
continuaba la segunda parte de su contrarréplica relatando que hacía
más de veinte años que había enviado aves a Buffon y que todavía se
podían seguir contemplando, cuando otras aves vecinas a las suyas habían
sido destruídas, lo mismo las del gabinete del abad conde de Beze, cantor mayor de la catedral de Metz, las del señor Morand, las de la condesa de Martenville, "y multitud de testimonios también formales", o bien las del señor Mamiel de Marieull, capitán de la Marina, que retornó a Guadalupe, un país cálido donde "los insectos son aún más voraces que en el nuestro". Y volvía a rebatir la acusación de Mauduyt
de que si sus aves se mantenían en perfecto estado era gracias a los
excesivos cuidados que les dispensaba, y lo hacía recurriendo de nuevo a
testimonios como el de Rousseau o el conde de Beze, que hacía 12 y 20
años respectivamente que tenían animales preparados por él, y que sin
haberles prestado cuidado alguno se mantenían bien conservados. Y volvía
a cuestionar e incluso a ridiculizar la prueba del tarro:
"Tras el conocimiento que usted tiene de mis animales preparados, tras los testimonios respetables que he citado, creo, señor, que usted no puede dudar que exceptuada la experiencia del tarro, mis aves están a salvo del resto de pruebas. No obstante, pregúntese ¿A qué se reduce el asunto que nos separa? Pues consiste en saber de un método que no sea muy costoso, que no exija, una vez acabada la operación, ningún mantenimiento por parte del aficionado, y que conserve los animales en todas las circunstancias, en todos los casos, exceptuando uno sólo como es el evitar poder ser juzgado por un buen método; o si usted prefiere, señor, que desarrolle esta idea de una forma aún más clara, invitemos a todos los naturalistas a juzgarnos, entre nosotros se trata de saber si, cuando se reúne una colección de animales, es absolutamente indispensable encerrarlos en un tarro de vidrio con insectos destructores hambrientos, sin ningún otro alimento. Si se está de acuerdo en que no hay necesidad de hacer eso, se decidirá que he hallado un preservativo seguro, dado que, como he dicho, una vez acabada la operación, mis aves se conservarán intactas.Una palabra, señor, sobre la experiencia del tarro, y acabo esta discusión. ¿Cree usted que no se evidencia su no insistencia, como para venir a respaldar su gran afirmación de que un buen método es 'inútil buscarlo, imposible hallarlo'? En efecto, las aves que usted encerrará en un tarro con insectos hambrientos, pueden ser devoradas, o pueden no serlo. Si son devoradas, usted dirá: lo había predicho; un buen método es pues 'inútil buscarlo, imposible hallarlo'. Si por el contrario, los insectos mueren, entonces, como estará claro que habrá sido efecto del veneno, usted escribirá: este método no es válido, y que es peligroso, (...).Usted termina su carta, señor, diciéndome: 'Si fuera posible encontrar ese método verdaderamente preservativo, serían los señores directores del gabinete del rey quienes lo descubrirían'. Me guardo de negar esa posibilidad; pero librados a estudios de un género diferente, hasta el momento presente esa manipulación se les ha escapado: sin embargo, los testimonios inequívocos que han rendido sobre la duración de mis animales, debe hacer pensar que tienen el valor de los grandes hombres, rindiendo justicia a los descubrimientos apoyados por la experiencia. Tras esto, ¿Puede usted preguntar qué tenemos en común esos señores y yo? Nada más, señor, que el celo por la historia natural, y la conservación de las colecciones; he aquí mis títulos, no quiero nada, y no tengo ambición alguna. Después de esta confesión, usted comprenderá lo que quise decir con mi expresión 'reducir a la nada los grandes monumentos que han erigido los señores directores del gabinete del rey'. Si, señor, me intereso por esa colección, como un persona del arte se interesa por las obras maestras que el tiempo devora de forma despiadada. Propongo mejoras; pido opinión a quienes la administran; deposito mis pruebas en el gabinete del rey. Ese es el mejor de todos los razonamientos."
Notas.-
(14) Entendemos el atributo Artista como respuesta al de Comerciante que Bécoeur le había dedicado.
(15) Mauduyt sometía a los animales a la prueba del tarro ("preuve du bocal") que consistía en encerrar un especímen en un tarro con dermestes y polillas para comprobar la efectividad de los diferentes métodos de preparación y conservación.
(16)
El cardenillo, verdín o verdigrís es como popularmente se conoce al
acetato de cobre, producto venenoso utilizado como fungicida.
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Taxidermidades, 2014.