"Un zoológico para el Rey Sol", de Frédéric Richaud.


Cubierta de la edición española.
El libro Un zoológico para el Rey Sol del escritor francés Frédéric Richaud (1966) fue publicado originalmente en Francia en el año 2006 con el título La Ménagerie de Versailles. Más tarde se tradujo a otros idiomas. En España la novela se publicó en 2008 con traducción de Manuel Serrat Crespo.

Se trata de una novela histórica, surrealista y humorística, una fábula sobre la vanidad humana. Leemos la sinopsis de la contraportada:
   “El mujeriego, arruinado y visionario marqués de Dunan intenta desesperadamente ganarse el favor del Rey Sol. Cree encontrar su oportunidad para lucirse en el zoológico de Versalles, obra de Louis Le Van y realizado entre 1662 y 1664. Decidido a asombrar al monarca trayendo vivos a los animales más exóticos. Dunan inicia un periplo de tres años por África, acompañado por una galería de personajes inolvidables y más sorprendentes que las bestias: un cura medio loco, decidido a cristianizar a todo aquel que se le ponga por delante (ya sea humano o no), un joven taxidermista frustado con dotes para el dibujo, un capitán algo arisco que odia los cotilleos versallescos… Todo un circo de hombres y fieras que vivirá las más salvajes y divertidas aventuras.”

A continuación, algunos pasajes del primer capítulo:

   "Mientras el marqués hacía cuanto podía (…) Michel Daubignan se consagraba, en efecto, a una extraña pasión de la que temía que le valiera las piras de los hombres: el disecado. Repetía a su hijo Jean, a quien había hecho su ayudante:
  - La gente no comprendería el sentido de mi obra. En mis manipulaciones sólo verían manipulaciones diabólicas. ¡Ah, espíritus débiles que confunden el diablo y el conocimiento, Dios y la ignorancia! Hoy me empujan a callar. Pero llegará el día en que el espíritu hable, en el que los hombres, libres de conocer por fin, desvelarán, más allá del secreto de las estrellas, el propio misterio de Dios.
   Pasaba los días y las noches en el húmedo sótano, entre cadáveres de gallinas, ratas, ocas y patos.
   Disecar le procuraba intensos placeres. Tal vez el profano vea en ello una actividad mórbida, pues, a fin de cuentas, se trataba de hendir la piel de un cadáver, extraer sus entrañas y romperle los huesos antes de llenarlo de paja, heno o serrín. El tío Daubignan no sentía ninguna inclinación por lo macabro. No era la muerte lo que le interesaba, sino la vida que sus manos conseguían reconstruir.
   Para su desgracia, las técnicas de curtido que empleaba eran imperfectas, de modo que con frecuencia, al cabo de unas semanas, la piel de sus mamíferos se pudría o cubría de gusanos.
   Aquellos resultados, en vez de desanimarle, lo impulsaban a seguir investigando. Inclinado sobre su mesa de trabajo, se entregaba durante horas y horas a preparaciones de polvos o líquidos. Cuando regresaba tosía, tenía los ojos enrojecidos y las manos surcadas por profundas grietas.
   Daubignan no perdía la esperanza, tanto más cuanto que, cierto día, había leído en una gaceta que una capilla de Palermo albergaba, alineados contra sus muros, los cuerpos petrificados de algunos de sus monjes. “Ciertamente la atmósfera tiene allí tienen alguna particularidad desecadora; tal vez la piedra sobre la que se disponen los cuerpos posea virtudes conservadoras.”
   ¿Cuántas veces habló de ir a Palermo, de zambullirse en la sombra de aquella capilla, armado sólo con su saber, para salir de ella únicamente al cabo de largas semanas cargado de la substancia filosofal que habría hurtado a las tinieblas y que, en adelante, aseguraría la perennidad de sus pieles y el reposo de su alma?
***
   Entretanto sus animales seguían pudriéndose. Al final tuvo que decidirse a ir por la noche hasta el Sena para tirar sus especímenes más estropeados.
    En uno de esos periplos conoció al marqués de Dunan."

Y del segundo capítulo:

   A partir de entonces, no pasó ya una semana sin que el marqués mandara llevar al sótano de los Daubignan los cadáveres de animales exóticos que los diferentes serrallos del reino ponían a disposición de sus naturalistas. El marqués no era un científico pero, como le complacía decir a sus nuevos amigos: “Una bolsa pequeña vale más, a menudo, que un gran diploma”.
    Poco a poco, patos, gallinas y pichones cedieron su lugar al martinete común, el ánsar, los patos criollos y las grullas damiselas.
***
A veces sucedía que el marqués bajaba al sótano de los Daubignan al mismo tiempo que sus criaturas. Mientras sus empleados abrían vientres o trabajaban en la elaboración del polvo de petrificación, él se atiborraba la nariz de tabaco y colmaba el espacio con descripciones del Louvre o de Versalles. Había visto el gran canal poblándose de barcos, todo un bosque dejando su lugar a un pequeño castillo de rara delicadeza. “¡De verdad, Daubignan! Deberíais aceptar acompañarme allí, sólo sería una vez –decía-. Vos, a quien sólo os interesa el genio de los hombres, veríais lo que es capaz de hacer el de uno sólo de ellos”.
    Otras veces, describía su vida en la corte. “El rey está de muy buen humor en estos momentos. Esta mañana ha pasado ante nosotros muy sonriente. (…)
***
   Aunque Daubignan padre permaneciera sordo a los requerimientos del marqués, su hijo, en cambio, no perdía detalle. Aquel mundo le atraía como una lámpara a un mosquito. (…)
***
   El despojo más sorprendente que el marqués les hizo llegar un día fue el de un gorila. Lo había encontrado en la feria de Saint-Germain-en-Laye, célebre en todo el reino por sus espectáculos de monstruos. Quien acudía allí regresaba, por lo general, tan deslumbrado como horrorizado. Debe decirse que las bestias más extrañas se codeaban con los seres más sorprendentes: corderos bicéfalos, ovejas siamesas, mujeres barbudas y enanos jorobados se disputaban los favores del público. (…)
    El cadáver le había costado una pequeña fortuna. Para quien gusta de las operaciones de cambio, digamos que le había costado el equivalente a cuatro noches con la señora de Mornas.
***
   Pasada la primera excitación, los Daubignan trabajaron día y noche en la petrificación del animal. Lo abrieron, lo libraron de las entrañas, le rompieron los huesos, lo zambulleron en un baño de cortezas de granado, pepitas de manzana machacadas, polvo y sal, y luego lo atiborraron de paja y tallos.
    Cuando semanas después el marqués  recibió en su casa al simio, estuvo a punto de caer de espaldas. Puesto que ignoraban por completo la actitud del animal en vida, los Daubignan le habían hecho adoptar, en la muerte, una pose extraordinaria. Lo habían sentado en un taburete y apoyado el mentón en uno de sus puños. Se parecía al filósofo que, inclinado sobre el borde del mundo, se interroga acerca de la naturaleza de las cosas.
    No cabía duda de que, con semejantes ejemplares, el rey no sólo le permitiría asistir a su despertar. También le concedería el privilegio en su silla agujereada.
***
   Un día, antes de abandonar el sótano, el marqués explicó a los Daubignan que no volverían a verle en mucho tiempo. “Mañana me voy a Chambord, donde su majestad desea consagrarse a la caza. Ignoro cuándo regresaré. Vasseur me acompaña pero Fournier se queda en París, donde seguirá buscándoos bestias”.
***
   El hijo Daubignan se afligió ante aquella partida precipitada, pero el padre ni siquiera la advirtió. Acababa de poner a punto un polvo de petrificación que, siempre que se aplicara regularmente, permitía prevenir unas alteraciones de la dermis demasiado rápidas.
    -¿Habéis tomado buena nota de las cantidades, Jean?
    -Cinco litros de agua por una libra de alumbre y media de sal, cinco clavos de olor, tres libras de salitre y treinta y ocho medidas de azufre.
    -¡Bien! ¡Muy bien! –lloraba, tosía-. ¡Ah, hijo mío, hijo mío! ¡Muy pronto llegaremos al final de nuestra búsqueda!"

Cubierta  de la edición original francesa.
Daubignan padre muere. El marqués decide ir a África para surtir de animales el zoo del Rey y se lleva consigo a Jean Daubignan, hijo de Michel Daubignan, excelente dibujante y frustrado taxidermista. Tras tres años en África y de regreso a la metrópoli, una tormenta en mitad del Atlántico provoca la muerte de los animales que transporta: una jirafa, un elefante, monos, antílopes, un león, un leopardo… Jean Daubignan se ofrece a disecarlos y ejecuta su trabajo.

Al llegar al Louvre con la comitiva de animales disecados donde los esperaba el Rey, acontece un final inesperado.

Esta novela fue adaptada al cómic en dos volúmenes y con éxito, en 2006 y 2007, con ilustraciones de Didier Tronchet.


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Taxidermidades, 2012.


Bibliografía: 
Frédéric Richaud,  La Ménagerie de Versailles, Hachette, Grasset, París , 2006.
Frédéric Richaud,  Un zoológico para el Rey Sol, Edhasa, Barcelona, 2008. 

Recursos:
Artículo sobre Le peuple des endormis, la adaptación al cómic, en Taxidermidades.
Artículos sobre Taxidermia y Literatura en Taxidermidades.