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Cubierta del libro. |
En su autobiografía Tiempo de Guerras Perdidas (1995) el escritor José Manuel Caballero Bonald rememora un suceso de juventud. Durante su estancia de dos años en la Sevilla de la posguerra, describe su intento de relacionarse con Blanquita, la vecina de un taxidermista. Una muchacha que, según el escritor, le "ocasionó algún imprevisto transtorno". El fragmento que sigue lo encontrarán en el décimo capítulo:
"(…) Esa Blanquita, que vivía en mi misma calle y a la que yo había andado tanteando algunas veces, se dedicaba al estúpido juego de prender y apagar la vela, practicado alternativamente con idéntica vehemencia. Era ayudante ocasional de un taxidermista a ratos perdidos, que ocupaba una accesoria en la misma casa de Blanquita y que sólo aceptaba encargos muy especiales. Nunca había disecado una cabeza de ciervo o de toro, sino pájaros de distinto exotismo, mientras más raros mejor. Yo hablaba con él de vez en cuando, no precisamente atraído por ese repelente hobby, sino porque era un tipo de lo más disparatado. Andaba todo el tiempo inventándose sermones jocosos y sustituciones equívocas de palabras. Aunque yo siempre he detestado esos malabarismos de la prosa narrativa, basados preferentemente en la paranomasia o la aliteración –al modo como lo hacen, por ejemplo, el monocorde guajiro britanizado Cabrera Infante o nuestro joyceano particular Julián Ríos-, en la tradición oral del taxidermista quedaban muy aparentes. Tenía también la costumbre de invertir el sentido de los refranes y de asustar a los niños con bromas de antropófago.