"Los triunfos de un taxidermista", un cuento de H. G. Wells.


Primera edición del libro.
El cuento del escritor Herbert George Welles titulado Los triunfos de un taxidermista, en el original inglés Triumphs of a Taxidermist, apareció publicado en dos partes, los días 3 y 15 de marzo de 1894 en el periódico Pall Mall Gazette, sin atribución a su autor. Al año siguiente se incluiría en la colección de relatos The Stolen Bacillus and Other Incidents (1), El bacilo robado y otros incidentes, que publicó la editorial Methuen and Co., esta vez sí con el nombre del escritor. El bacilo robado agrupa quince historias cortas de género fantástico y de ciencia ficción que, al igual que Los triunfos, se habían publicado previamente en periódicos. 


El texto completo de Los triunfos de un taxidermista es el siguiente:
   "He aquí algunos de los secretos de la taxidermia. Me los contó un taxidermista en estado de euforia, entre el primero y el cuarto whisky, cuando se ha dejado de ser cauteloso y todavía no se está borracho. Estábamos sentados en su guarida, exactamente en la biblioteca, que era a la vez sala de estar y comedor. Una cortina de cuentas la separaba, por lo que al sentido de la vista se refiere, del maloliente rincón donde ejercía su oficio.
   Estaba sentado en una hamaca y, con los pies, en los que llevaba puestas, a modo de sandalias, las reliquias sagradas de un par de zapatillas, daba golpecitos a los carbones que no ardían bien o los quitaba de en medio poniéndolos sobre la chimenea, entre la cristalería. Los pantalones, dicho sea de pasada pues no tienen nada que ver con sus triunfos, eran del más horrible amarillo de tela escocesa, de los que hacían cuando nuestros padres llevaban patillas y había miriñaques en el país. Además tenía el pelo negro, la cara rosada y los ojos de un marrón fiero, y su chaqueta consistía fundamentalmente en grasa sobre una base de pana. La pipa tenía una cazoleta de porcelana con las Tres Gracias, y llevaba siempre las gafas torcidas de forma que el ojo izquierdo, pequeño y penetrante, le fulminaba a uno desde su desnudez, mientras que el derecho aparecía oscuro, engrandecido y suave a través del cristal.
   Se expresaba en los siguientes términos:
   "-No hubo jamás un hombre que disecara como yo, Bellows, jamás. He disecado elefantes, he disecado polillas, y todo lo que he disecado parecía mejor y más animado que al natural. He disecado seres humanos, principalmente ornitólogos aficionados, aunque también disequé una vez a un negro. No, no hay ninguna ley que lo prohíba. Lo hice con todos los dedos extendidos y lo utilicé como percha para sombreros, pero ese tonto de Homersby tuvo una pelea con él una noche, ya muy tarde, y lo estropeó. Fue antes de que nacieras. Es muy difícil conseguir pieles, si no haría otro.
   Desagradable? No lo creo. A mi entender, la taxidermia es una prometedora tercera alternativa a la inhumación y a la cremación. La gente podría mantener a su lado a los seres queridos. Chucherías de ese tipo distribuidas por la casa harían tan buena compañía como la mayor parte de la gente, y mucho más barata. Se les podría poner mecanismos para que hicieran cosas. Por supuesto habría que barnizarlos, pero no tendrían que brillar más de lo que mucha gente brilla por naturaleza. La cabeza calva del viejo Manningtree... De todos modos, se podría hablar con ellos sin que interrumpieran. Incluso las tías. La taxidermia tiene un gran futuro por delante, ya lo verás. Están también los fósiles..."
   De repente se quedó en silencio.
   "-No, creo que no debería contarte eso -chupó pensativo la pipa-. Gracias, sí. No demasiada agua. Desde luego, se entiende que lo que te cuente ahora no saldrá de aquí. ¿Sabes que he hecho algunos dodos (2) y una gran alca? ¡No! Evidentemente no eres más que un aficionado a la taxidermia. Mi querido amigo, la mitad de las grandes alcas que hay en el mundo son tan auténticas más o menos como el pañuelo de la Verónica (3), como la Sagrada Túnica de Tréveris (4). Los hacemos con plumas de somormujo y cosas así. ¡Y también los huevos de la gran alca!"
    "-¡Santo cielo!"
   "-Sí, los hacemos de porcelana fina. Te aseguro que merece la pena. Llegan a valer... uno llegó a trescientas libras justo el otro día. Ese era realmente auténtico, según creo, pero desde luego nunca se está seguro. Es un trabajo muy fino, y posteriormente hay que envejecerlos porque ningún poseedor de estos preciosos huevos comete jamás la temeridad de limpiarlos. Eso es lo bonito del negocio. Incluso cuando sospechan de un huevo no les gusta examinarlo demasiado detenidamente. En el mejor de los casos es un capital tan frágil...
   No sabías que la taxidermia alcanzara semejantes cimas. Pues, amigo mío, las ha alcanzado mayores. Yo he rivalizado con las manos de la mismísima Naturaleza. Una de las grandes alcas auténticas -su voz se convirtió en un susurro-... una de las auténticas, la hice yo.
   No. Tienes que estudiar ornitología y descubrirlo por ti mismo. Es más, una agrupación de comerciantes me ha planteado poblar con especímenes uno de los inexplorados islotes rocosos al norte de Islandia. Quizá lo haga... algún día. Pero en estos momentos tengo otra cosita entre manos. ¿Has oído hablar del Dinornis (5)?
   Es uno de esos grandes pájaros que se han extinguido recientemente en Nueva Zelanda. Comúnmente se les llama moa, justo porque están extinguidos: no hay ningún moa vivo. ¿Comprendes? Bueno, se conservan huesos, y en algunas marismas han aparecido incluso plumas y fragmentos secos de la piel. Pues bien, yo voy a... bueno, no hay por qué ocultarlo, voy a falsificar un moa disecado completo. Conozco a un tipo por ahí que pretenderá haberlo encontrado en una especie de ciénaga antiséptica y dirá que lo disecó inmediatamente porque amenazaba con hacerse pedazos. Las plumas son muy peculiares, pero he logrado un método sencillamente maravilloso de trucar trozos chamuscados de pluma de avestruz. Sí, ese es el nuevo olor que has notado. Sólo pueden descubrir el fraude con un microscopio y difícilmente se molestarán en hacer pedazos un bonito espécimen para eso.
   De esta manera, como ves, aporto mi empujoncito al avance de la ciencia. Pero todo esto es pura imitación de la Naturaleza. En mi carrera profesional he hecho más que eso. La he... vencido."
  
El paleontólogo Richard Owen posa junto a un Dinornis maximus (5).
   
Quitó los pies de la chimenea y se inclinó confidencialmente hacia mí.
   "-He creado pájaros -dijo en voz baja-. Pájaros nuevos. Mejoras. Pájaros jamás vistos."
   En medio de un silencio impresionante recobró su postura.
   "-Enriquecer el universo, realmente. Algunos de los pájaros que hice eran clases nuevas de colibríes, y eran animalitos muy bonitos, aunque alguno era simplemente raro. El más raro creo que fue el Anomalopteryx Jejuna. Del latín jejunus-a-um, vacío, se llamaba así porque realmente no tenía nada, era un pájaro totalmente vacío, salvo el disecado. El viejo Javvers es el que lo tiene ahora, y supongo que está casi tan orgulloso de él como yo mismo. Es una obra maestra, Bellows. Tiene toda la estúpida torpeza de tu pelícano, toda la solemne falta de dignidad de tu loro, toda la desgarbada delgadez de un flamenco con todo el extravagante conflicto cromático de un pato mandarín. ¡Qué pájaro! Lo hice con los esqueletos de una cigüeña y un tucán, y un montón de plumas. Para un verdadero maestro en el arte, querido Bellows, esa clase de taxidermia es puro gozo.
   ¿Que cómo se me ocurrió? De manera bastante sencilla, como ocurre con todos los grandes inventos. Uno de esos jóvenes genios que nos escriben Notas Científicas en los periódicos se hizo con un folleto alemán sobre los pájaros de Nueva Zelanda, y tradujo parte de él a base de diccionario y de sentido común -con lo poco común que es este sentido-, y se hizo un lío con el Apteryx (6) vivo y el Anomalopteryx extinto. Hablaba de un pájaro de cinco pies de altura que vivía en las selvas de la Isla del Norte, raro y asustadizo, cuyos ejemplares eran difíciles de obtener, y cosas así. Javvers, que incluso como coleccionista es una persona terriblemente ignorante, leyó esos párrafos y juró que conseguiría el ejemplar a cualquier precio. Acosó a los comerciantes con pesquisas. Eso muestra lo que puede hacer un hombre persistente, el poder de la voluntad. Ahí estaba un coleccionista de pájaros jurando que conseguiría un espécimen de un pájaro que no existía, que nunca había existido, y que a causa de la mismísima vergüenza de su propia y blasfema inelegancia probablemente no existiría en estos momentos de haber podido impedirlo. Y lo consiguió. Lo consiguió."
   "-¿Un poco más de whisky, Bellows?" -preguntó el taxidermista despertándose de una pasajera contemplación de los misterios del poder de la voluntad y de las mentes de los coleccionistas. Y una vez llenados de nuevo los vasos, procedió a contarme cómo había montado la más atractiva de las sirenas (7), y cómo un predicador ambulante que no podía atraer a la audiencia por culpa suya la hizo pedazos en Burslem Wakes diciendo que aquello era idolatría o algo peor. Pero como la conversación de todas las partes implicadas en esta transacción, el creador, el presunto conservador y el destructor no es uniformemente adecuada para la publicación, este jocoso incidente debe permanecer sin imprimir.
   El lector no familiarizado con los tortuosos procedimientos de los coleccionistas puede que se incline a dudar de mi taxidermista, pero por lo que respecta a los huevos de la gran alca y los falsos pájaros disecados me he encontrado con que tiene la confirmación de distinguidos escritores de ornitología. Y la nota sobre el pájaro de Nueva Zelanda ciertamente apareció en un periódico matinal de inmaculada reputación, pues el taxidermista tiene un ejemplar que me ha enseñado.
   FIN"

 

Dodo. Tarjeta postal del British Museum de mediados del siglo XX.

 
En el relato anterior, una crítica a la cultura inglesa de la época, el taxidermista, su protagonista, no tiene nombre, una característica común en los numerosos textos de ficción escritos por Wells. Bellows, el narrador, apenas interviene, solamente al principio, describiendo al disecador, y al final, dando cuenta y aportando verosimilitud a la historia. El taxidermista, un personaje descuidado, presume de sus habilidades y creaciones y menosprecia a ornitólogos y coleccionistas, se siente un ser superior, un ser "que ha vencido a la naturaleza", un dios. Wells plantea en este cuento el conflicto entre ciencia, religión y moral.

El personaje del taxidermista volvería a aparecer en otro cuento de Wells, A Deal in Ostriches (8), Un negocio de avestruces, una crítica a la codicia humana con moraleja incorporada, que igualmente se publicó en el Pall Mall Gazette el 20 de diciembre de 1894, y que también se incluiría en el volumen El bacilo robado y otros cuentos.

La biografía de Herbert George Wells es bastante interesante. Nació en 1866 en Bromley, Kent, Inglaterra en el seno de una famillia humilde que regentaba una no muy próspera tienda de artículos deportivos y de porcelana. La fractura de una pierna cuando rondaba los ochos años marcaría su futuro. Para matar el tiempo el pequeño Herbert se aficionó a la lectura, una actividad que despertaría su deseo de convertirse en escritor. Entre 1874 y 1880 asistió a una academia comercial. Un accidente del padre obligó a que los hijos comenzaran a trabajar. En 1881 Wells se empleó como aprendiz en una tienda textil. En 1883 se matriculó en una escuela de gramática, donde también ejercía de tutor. En 1884 obtuvo una beca para estudiar Biología en el Royal College of Science de Londres, donde fue alumno de Thomas Henry Huxley, el personaje que defendió la Teoría de la Evolución de Charles Darwin y Alfred Russell Wallace en 1860 ante el obispo de Oxford. Entre 1889 y 1890 fue profesor en la Henley House School. Durante aquel período fue uno de los fundadores de la revista The Science School Journal, donde publicaría, aunque con otro nombre, su primera y exitosa novela La máquina del tiempo (1895), y donde abordaría el tema de la lucha de clases.  En 1909 fue uno de los fundadores de la Royal College of Science Association y su primer presidente. En 1912 inició su relación con la escritora, periodista y feminista Cecily Isabel Fairfield, más conocida por su pseudónimo de Rebeca West, un romance que duró diez años y de cuya unión nació un hijo.
 

H. G. Wells alrededor de 1890, poco antes de escribir Los triunfos de un taxidermista.

 
A partir de enfermar de tuberculosis Wells se dedicó en exclusiva a la escritura. A La máquina del tiempo le siguieron La isla del doctor Moreau (1896) y El hombre invisible (1897), donde aborda los límites éticos de la ciencia; La guerra de los mundos (1898) y Los primeros hombres en la luna (1901), novelas críticas con la sociedad victoriana y el imperialismo británico; Love and Mr. Lewisham (1900), Kipps, the Story of a Simple Soul (1905) y Mr. Polly (1910), donde defendía los derechos de los marginados y combatía la hipocresía vigente; Ana Verónica (1909), donde defendía los derechos de las mujeres; Tono Bungay (1909), un ataque al capitalismo insensato; o Mr. Britling va hasta el fondo (1916), una novela antibélica. Muchas de sus novelas se trasladaron con éxito a las pantallas de cine. Tampoco desmerecen una mención las adaptaciones radiofónicas de su La Guerra de los Mundos. Hombre de izquierdas, preocupado como hemos visto por los derechos sociales y por la supervivencia de la sociedad contemporánea, fue crítico con los conflictos bélicos. Wells creía que la especie humana podría mejorarse gracias a la ciencia y a la educación, y que el hombre debía dominar a las máquinas y no al contrario. Su creciente pesimismo se trasladó a sus escritos, ahora en forma de ensayos. Tras la Primera Guerra Mundial redactó El perfil de la historia (1920, la historia de la humanidad en tres partes, en colaboración con Julian Huxley; La conspiración abierta (1922); Experimento en autobiografía (1934); 42 to 44 (1944), una crítica a los líderes mundiales del momento; y El destino del homo sapiens (1945), donde dudaba acerca de la supervivencia de la raza humana. Algunas de sus citas más famosas: "Nuestra verdadera nacionalidad es la del género humano"; "Si no acabamos con la guerra, la guerra acabará con nosotros"; o "A mi juicio, el mejor gobierno es aquel que deja más tiempo a la gente en paz". Considerado, junto a Julio Verne, precursor del género de ciencia ficción, además de novelista y ensayista, también lo está como filósofo. Herbert George Wells falleció en Londres en 1946.


Notas.-
(1) El libro The Stollen Bacillus and Others Incidents está libre de derechos y puede encontrarse en inglés en el Proyecto Gutenberg.
(2) El dodo, Raphus cucullatus, o dronte era un ave columbiforme no voladora originaria de la isla de Mauricio y extinguida a finales del siglo XVII. Medía un metro de altura y pesaba unos 10-15 kg. Su torpeza y la facilidad con que era capturada propició que los descubridores portugueses la llamaran dodo, que en portugués coloquial significa estúpido. En 1766 Carl con Linné lo denominó Didus ineptus.
(3) Según la tradición católica, durante la Pasión de Cristo, una mujer con un pañuelo se acercó al Mesías para secarle el sudor de la cara, la imagen de Jesús quedaría impresa en el lienzo, que se conservaría milagrosamente con el paso de los siglos convertiéndose en objeto de culto. Aquella mujer más tarde se llamaría Verónica y el episodio se representaría en una de las estaciones del Via Crucis.
(4) La Túnica Sagrada que se conserva desde 1196 en la catedral de Tréveris, y que se ha expuesto al público en contadas ocasiones para que sea objeto de peregrinaje, a pesar de que oficialmente la iglesia católica mantiene que no debe tomarse como un objeto de veneración, lo es para algunos bajo la creencia de que perteneció a Jesucristo. Con este par de ejemplos, Wells nos demuestra su Libre Pensamiento, herencia en parte de su padre.
(5) Así bautizó el biólogo, anatomista y paleontólogo Richard Owen al género de aves que más tarde se denominaría Anomalopteryx. El conocido vulgarmente como moa era un ave originaria de Nueva Zelanda extinguida a mediados del siglo XV. Se cree que el género reúne unas once especies que medían entre 1 y 3,6 metros y pesaban entre 15 y 230 kilogramos. Precisamente finales del siglo XIX, cuando Wells escribió este relato, es la época en que empezaron a describirse estas aves. La imagen de Owen junto al esqueleto de Dinornis aparece en el segundo volumen de su Memoirs on the wingless birds of New Zealand, publicado en Londres en 1879.
(6) El género Apteryx, del griego sin alas, reúne las cinco especies de kiwis, también originarios de Nueva Zelanda.
(7) A mediados del siglo XIX se popularizaron las conocidas como sirenas de las islas Fiji, sobre todo a partir de un engaño que promovió el empresario circense estadounidense P. T. Barnum. Originariamente eran una expresión de arte popular, que también se usaba en ceremonias religiosas. Pescadores de Japón y de las Indias Orientales confeccionaban estas falsas sirenas cosiendo la parte superior de un mono a la parte posterior de un pez. Todavía se conserva alguna. A las sirenas de las islas Fiji le he dedicado un artículo en Taxidermidades.
(8) A Deal in Ostriches lo reproduciremos próximamente en otro artículo.


© All rights reserved. ® Reservados todos los derechos.
Taxidermidades, 2015.

Bibliografía:
Herbert George Wells  The Stolen Bacillus and Other Incidents , Methuen and Co., Londres, 1895.

Recursos:
Artículo "Un negocio de avestruces", relato breve de H. G. Wells en Taxidermidades. 
Artículos sobre Taxidermia y Literatura en Taxidermidades.