"Después de haber pasado algún tiempo en Holanda (1), fuimos a Francia, al pueblo donde nació mi padre (2), incorporándonos al seno de su familia, que es donde añadí una nueva vocación a mis preferencias, en el gabinete del señor Bécoeur. Él ofrecía, para la ornitología de Europa, la colección más numerosa y mejor conservada que jamás haya visto.En Surinam practicaba una manera de desollar los pájaros que me salía bastante bien, pero que decía poco a la imaginación, y aún menos a la vista. No conocía otro método que depositar las pieles en grandes libros para guardarlas. Aquí (3), otro espectáculo despertó todos mis sentidos; era preciso, además del mérito de la conservación, devolverles sus formas. Estos dos puntos esenciales me avergonzaban, por lo que decidí estudiarlo en detalle, a lo que me entregué por completo. Yo era un decidido cazador. Durante una estancia de dos años en Alemania, y otra de siete en Lorena y Alsacia, hice un daño increíble a las aves.
Fragmento de Voyage (4). (...)Por lo tanto, por espacio de ocho o nueve años, a fuerza de esmero, dificultades, tentativas y fracasos, conseguí no solamente devolver a estos animales, frágiles y delicados, su forma natural, sino incluso mantenerlos en esta conservación intacta e inmaculada, que es el mérito de mi colección"
El explorador y ornitólogo François Le Vaillant (5) contó así su aprendizaje de la Taxidermia alrededor de 1764. Contaba diez años. Lo hizo en el resumen histórico que incluyó a modo de preámbulo en el primer volumen de su Voyage de M. Le Vaillant dans l'intérieur de l'Afrique par Le Cap de Bonne Espérance, dans les années 1780, 81, 82, 83, 84 et 85 (1790). Y no tuvo mal maestro, Jean-Baptiste Bécoeur, el boticario y taxidermista creador del célebre jabón arsenical.