Pablo Neruda y el oso polar disecado del duque de Alba.


En sus memorias tituladas Confieso que he vivido publicadas en 1974, un año después de su muerte, el poeta Pablo Neruda se refiere en varias ocasiones a su afición por la malacología (1) y las Ciencias Naturales. En el capítulo titulado "Palacios reconquistados describe además con cierto humor su descubrimiento durante la Guerra Civil del oso polar disecado que el duque de Alba tenía en su residencia del Palacio de Liria de Madrid:
   (…) Fui invitado a Rumania y acudí a la cita. Los escritores me llevaron a descansar a su casa de campo colectiva, en medio de los bellos bosques transilvanos. La residencia de los escritores rumanos había sido antes el palacio de Carol (2), aquel tarambana cuyos amores extrarreales llegaron a ser comidilla mundial. El palacio, con sus muebles modernos y sus baños de mármol, estaba ahora al servicio del pensamiento y de la poesía de Rumania. Dormí muy bien en la cama de su majestad la reina y, al día siguiente, nos dimos a visitar otros castillos convertidos en museos y casas de reposo o vacaciones. (...)

 

Dos milicianos del 5º Regimiento entre obras de arte. A fondo a la derecha el oso polar (3).

   Les referí a los poetas rumanos, para gran regocijo de ellos, mi visita anterior a otro palacio noble. Fue el palacio de Liria, en Madrid, en plena guerra. Mientras el enemigo marchaba con sus italianos, moros y cruces gamadas, dedicado a la santa tarea de matar españoles, los milicianos ocuparon aquel palacio que yo había visto tantas veces al pasar por la calle de Argüelles, en los años 1934 y 1935. Desde el autobús dirigía una mirada respetuosa, no por vasallaje hacia los nuevos duques de Alba que ya no podían someterme a mí, irredento americano y poeta semibárbaro, sino fascinado por esa majestad que tienen los callados y blancos sarcófagos.
   Cuando vino la guerra, el duque se quedó en Inglaterra, porque su apellido es en realidad Berwick. Se quedó allí con sus cuadros mejores y con sus más ricos tesoros. Recordando esta fuga ducal les dije a los rumanos que en China, después de la liberación, el último descendiente de Confucio, que se enriqueció con un templo y con los huesos del difunto filósofo, se fue a Formosa también provisto de cuadros, mantelerías y vajillas. Y además con los huesos. Allí debe estar bien instalado, cobrando entrada por mostrar las reliquias.
   Desde España, por aquellos días. salían hacia el resto del mundo tremebundas noticias: "Histórico palacio del duque de Alba, saqueado por los rojos", "Lúbricas escenas de destrucción", "Salvemos esta joya histórica".
   Me fui a ver el palacio ya que ahora me dejaban entrar. Los supuestos saqueadores estaban a la puerta con overol (4) azul y fusil en la mano. Caían las primeras bombas sobre Madrid desde aviones del ejército alemán. Pedí a los milicianos que me dejaran pasar. Examinaron minuciosamente mis documentos. Ya me creía listo para dar los primeros pasos en los opulentos salones cuando me lo impidieron con horror: no me había limpiado los zapatos en el gran felpudo de la entrada. En realidad los pisos relucían como espejos. Me limpié los zapatos y entré. Los rectángulos vacíos de las paredes significaban cuadros ausentes. Los milicianos lo sabían todo. Me contaron cómo el duque tenía esos cuadros desde hace años en su banco de Londres, depositados en una buena caja de seguridad. En el gran hall lo único importante eran los trofeos de caza, innumerables cabezas cornudas y trompas de diferentes bestezuelas. Lo más notorio era un inmenso oso blanco parado en dos patas en medio de la habitación, con sus dos brazos polares abiertos y una cara disecada que se reía con todos los dientes. Era el favorito de los milicianos que lo cepillaban cada mañana.
   Naturalmente que me interesaron los dormitorios en que tantos Alba durmieron con pesadillas originadas por los espectros flamencos que en las noches llegaban a hacerles cosquillas en los pies. Los pies ya no estaban allí, pero sí la más grande colección de zapatos que nunca he visto. (...) Podía darse uno un festín de botines alineados a lo largo de tres o cuatro habitaciones. Un festín con la mirada y sólo con la mirada, porque los milicianos, fusil al brazo, no permitían que ni siquiera una mosca tocara aquellos zapatos. "La cultura", decían. "La historia", decían. Yo pensaba en los pobres muchachos de alpargatas deteniendo al fascismo en las cumbres terribles de Somosierra, enterrados en la nieve y el barro. 
   Junto a la cama del duque había un cuadrito efimarcado en oro cuyas mayúsculas góticas me atrajeron. Caramba!, pensé, aquí debe estar impreso el árbol genealógico de los Alba. Me equivocaba. Era el If de Rudyard Kipling, esa poesía pedestre y santurrona, precursora del Reader's Digest, cuya altura intelectual no sobrepasaba a mi juicio la de los zapatos del duque de Alba. Con perdón del imperio británico!
   El baño de la duquesa será incitante, pensaba yo. Tantas cosas evocaba. Sobre todo aquella madona recostada del Museo del Prado, a quien Goya le colocó los pezones tan aparte el uno del otro, que uno piensa cómo el pintor revolucionario midió la distancia añadiendo un beso a cada beso hasta dejarle un collar invisible de seno a seno. Pero el equívoco continuaba. El oso, la botinería de zarzuela, el If y, por último, en vez de un baño de diosa encontré un recinto redondo, falsamente pompeyano, con una tina bajo el nivel del suelo, cisnecillos siúticos de alabastro, cursi-cómicos lampadarios, en fin, una sala de baño para odalisca de película norteamericana.
   Ya me retiraba con sombrío desencanto cuando tuve mi recompensa. Los milicianos me invitaron a almorzar. Bajé con ellos a las cocinas. Cuarenta o cincuenta mozos y servidores, cocineros y jardineros del duque, seguían cocinando para sí mismos y para los milicianos que custodiaban la mansión. Me consideraban honrosa visita. Después de algunos cuchicheos, vueltas y revueltas, recibos que se firmaban, sacaron una polvorienta botella.
   Era un lacrimal christi de cien años, del cual apenas me dejaron beber unos cuantos sorbos. Era un vino ardiente, con una contextura de miel y fuego, al mismo tiempo severo e impalpable. No olvidaré tan fácilmente aquellas lágrimas del duque de Alba.
   Una semana después los bombarderos alemanes dejaron caer cuatro bombas incendiarias sobre el palacio de Liria (5). Desde la terraza de mi casa vi volar los dos pájaros agoreros. Un resplandor colorado me hizo comprender en seguida que estaba presenciando los últimos minutos del palacio.
   -Aquella misma tarde pasé por las ruinas humeantes -digo a los escritores rumanos para concluir mi relato-. Allí me enteré de un detalle conmovedor. Los nobles milicianos, bajo el fuego que caía del cielo, las explosiones que sacudían la tierra y la hoguera que crecía, sólo atinaron a salvar el oso blanco (6). Casi murieron en la tentativa. Se derrumbaban las vigas, todo ardía y el inmenso animal embalsamado se obstinaba en no pasar por las ventanas y las puertas. Lo vi de nuevo y por última vez, con los brazos blancos abiertos, muerto de risa, sobre el césped del jardín del palacio.”

Un lacayo del duque posa junto al oso polar, algo ennegrecido (7).


Jacobo Fitz-James Stuart Falcó, el duque de Alba, era cazador.  En 1927 el periodista Cipriano Rivas Cherif hacía la siguiente descripción del gran salón del Palacio de Liria en el Heraldo de Madrid:
   "(...) Frente a la entrada del salón, alineados, hasta seis u ocho grandes colmillos de elefante proclaman la virtud venatoria del duque, culminante en el preciadísimo trofeo que Alberto (8) nos señala con inequívoco gesto de triunfo: un soberbio ejemplar de cocodrilo.
   -Cazado por señor duque cuando estaba dormido. En el Sudán, 1912. Yo he estado allí con señor duque. Yo acompaño siempre en cacerías y viajes por el mundo.
   Harto se echa de ver el interés que pone Alberto en señalar los méritos de su amo como gran cazador. Lástima grande que la luz no sea propicia a mi compañero fotógrafo. Alberto procura obtener para el cocodrilo disecado toda la atención que mi compañero dedica ya con su máquina al magnífco oso blanco que a otro extremo de la sala, y en mejor posición para la fotografía, se sostiene en dos pies, disputando al anfibio la primacía de la colección que representan.
   -Sí, oso también muy bueno.
   -¿Cobrado, claro es, por el señor duque?
   -No -responde sin insistir Alberto-. Ese cazó hermano de señor duque. Pero, ¡bueno!, todo que hay aquí es de señor duque. Da lo mismo.
   Sudán, 1912, son un nombre y una fecha que varias veces vuelven a acudir a los labios de Alberto en el transcurso de nuestra visita. Se ve que esa cacería, tan importante en los fastos del duque cazador, no lo es menos, y hasta diríamos que signiñca todavía más, en los señalados para su ayuda de cámara."

En su estancia en 1912 en Sudán el duque cazó también el elefante que se exhibe montado en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, ejemplar cuya piel el taxidermista Luis Benedito montaría con unos colmillos de imitación de madera años más tarde puesto que, como hemos comprobado, el duque se reservó los auténticos para exhibirlos en su palacio. El periodista Víctor de la Serna ya había descrito aquella sala años antes, en 1920, en Voluntad, una revista ilustrada dedicada al público femenino:
   "Sería imposible fijar categorías en la deslumbradora sucesión de estancias, todas ataviadas del lujoso aparato de una mansión ducal. La gran escalera imperial conduce a la sala Venatoria adornada con trofeos de caza -pesadas patas de rhino, colmillos de elefante, cocodrilos exóticos, un oso polar gigantesco e inútilmente amenazador- y con cuadros de De Vos, que acaban de entonar el conjunto. Nada más lamentable que las grandes fieras rellenas de pelote, con las fauces de cartón y las pupilas de vidrio. Sin embargo, cuando son el recuerdo de un episodio y están discretamente distribuidas, entre obras de arte, tapices y damascos, cuando por las vidrieras de los balcones pasa la luz verdosa que se tiñe en las acacias de un parque, el caimán del Nilo Azul y el oso de Spitzberg son dos elementos decorativos muy simpáticos: cobran el mismo valor artístico que las rampantes figuras de un blasón o que los toros alados, guardianes del templo de Anú."

Efectivamente, aquel oso polar, de tres metros de altura y 482 kilos, fue cazado por el duque de Peñaranda, hermano del de Alba, en la isla de Spitsbergen (9), la mayor del archipiélago de Svalbard, situado en la confluencia del mar de Barents con el de Groenlandia, un lugar conocido por su gran concentración de osos. Un artículo publicado en la revista Nuevo Mundo el 2 de febrero de 1911 e ilustrado con seis fotografías se hizo eco de aquella expedición, que terminó con el triste saldo de diecinueve morsas y veintitrés osos abatidos, renos, focas, gran número de aves, y dos oseznos vivos. Un mes después Francisco Javier de Gisbert, el responsable de la misma, un aventurero que en 1894 había cruzado el círculo polar ártico y que había viajado al Polo Norte en una docena de ocasiones, la relató con mayor detalle en la revista Por esos Mundos -quince páginas y numerosas fotografías suyas-. Comenzó en Tromsø, Noruega, el 2 de agosto y concluyó 28 de agosto de 1910, y además de Svalbard la expedición alcanzó el archipiélago de Francisco José (10). En ella participaron, además de Hernando Carlos María Fitz-James Stuart Falcó, Luis Jesús Fernández de Córdoba Salabert, duque de Medinaceli (11), Joaquín Santos Suárez y Ricardo de la Huerta.


El duque de Medinaceli con su oso (12).


Desconozco qué taxidermista montó el oso del duque de Peñaranda (13). Cabe la posibilidad de que se encargara del trabajo algún taxidermista de Hamburgo, probable escala del viaje, ciudad con abundantes disecadores y comerciantes de objetos de Historia Natural, o bien mandaran la piel a Rowland Ward de Londres, a quien el duque de Alba ya había encargado algunos trabajos y taxidermista además que contaba entre su clientela con numerosos aristócratas. Retomando la historia, a modo de ejemplo la revista semanal Mundo Gráfico se hacía eco el 25 de noviembre de 1936 del bombardeo del palacio de Liria:
   "(...)La centenaria residencia señorial de los Alba había dejado de ser el patrimonio de una familia para convertirse en un museo, en un instrumento de cultura del pueblo. (...)
   Bombas incendiarias de aviación cayeron sobre el Palacio. Y los que lo custodiaban, los que eran sus vigilantes, se transformaron en aquellos momentos dramáticos en salvadores de la riqueza tradicional. Milicias, ciudadanos neutrales y pueblo se afanaron durante unas horas, heroicamente, desafiando los riesgos del siniestro, en poner en seguridad los tesoros artísticos, las joyas pictóricas famosas, hasta los ejemplares zoológicos, recuerdo de las grandes cacerías de los antiguos duques de Alba...
   Así se ha visto, después de dominado el incendio, el oso blanco, trofeo de una cacería polar del actual titular, salvado de las llamas y
camouflado diestramente entre los árboles del jardín aristocrático. Las llamas arrojadas en su mortífero instrumento desde el aire sólo lograron hacer presa en los pisos altos del palacio, precisamente en las buhardas donde tenían sus viviendas las gentes humildes de la casona, los viejos servidores encanecidos al servicio de los antiguos amos, y a los que la República y la revolución había sabido respetar.
   Como un reproche, como una lección ejemplar, destaca el esfuerzo que han hecho Milicias y pueblo innominado por salvar del fuego los tesoros artísticos y culturales del palacio de Liria.
(...)"

La revista norteamericana Harper's Monthly Magazine  se refería igualmente en su número
de julio de 1937 al oso disecado como uno de los primeros objetos que se salvaron durante el bombardeo de la Legión Cóndor. El arquitecto y urbanista Teodoro de Anasagasti se lamentaría un año más tarde del suceso en un artículo que publicó en Solidaridad Obrera el 15 de diciembre de 1937 y que comenzaba así:
   "Monstruosas, sangrantes ruinas de Alba y Liria. La devastación del palacio, hijo mayor del Nacional erigido por los Borbones, preside señorialmente el llanto del barrio de Arguelles. Manzanas enteras de casas arrasadas, convertidas en solar; montones vertederos de escombros, parapetos, pilas de sacos terreros; inverosímiles restos, fantasmas de casas que se resisten a doblegarse de una vez. Congoja, asolador huracán; infelicidad, desconsuelo."
En el texto descriptivo de su periplo Anasagasti se refería al estado del palacio y a las tareas de desescombro, e incluso dedicó unas líneas a los animales disecados que allí se guardaban:
   "En una dependencia de la planta baja, del lado derecho del vestíbulo, se han reunido los animales disecados que pudieron correr escapándose del Incendio, unas cabezas venatorias y bucráneos (14). Un corpulento oso polar blanco. alzado sobre las extremidades traseras y en actitud cómica: pescuezo largo, hocico puntiagudo y patas cortas! Un cocodrilo con la cola rota en la huida; y cabezas de rinoceronte, cabra hispánica, venados y ciervas. Dos cabezas de toro, cuyas lidias y peleas ignoramos: fino ejemplar, bien armado, el retinto, y basto el negro."

A pesar de los desvelos y cuidados que los defensores de Madrid le prestaron durante la Guerra (15), el profesor José Manuel Calderón, historiador y archivero de la Fundación de la Casa de Alba (16), me informa de que el oso terminó apolillándose y que no se sabe cuándo acabó en la basura (17).

Acerca de Pablo Neruda, seudónimo del gran poeta chileno Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, en cambio casi todo se conoce. Nació en Parral en 1904 y falleció en Santiago a causa de un cáncer pocos días después del golpe militar del 11 de septiembre de 1973 -su casa fue saqueada-. Político, senador, candidato del Partido Comunista a la Presidencia de Chile -la candidatura de Unidad Popular optaría finalmente por el socialista Salvador Allende-, embajador en Francia, premio Nobel de Literatura en 1971, Honoris Causa por la universidades de Oxford y Católica de Santiago. Por escoger solamente algunas de sus obras: Crepusculario (1923), Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), Residencia en la Tierra (1921-1935) (1935), España en el corazón (1937), Canto General (1950), Los versos del capitán (1952), Odas elementales (1953), o su autobiografía Confieso que he vivido (1974).


Créditos y notas.-
(1) En 1954 donó a la Universidad de Chile, además de libros, periódicos y discos, su colección de 8.400 moluscos.
(2) Carlos II de Rumanía, rey en el exilio que tras renunciar a sus derechos dinásticos regresó a su país en 1930, abolió la Constitución y encabezó una dictadura.
(3) Fotograma de película. Archivo de la Filmoteca Española.
(4) Mono de trabajo.
(5) Algunas crónicas cifran entre diez y dieciocho las bombas incendiarias que la aviación franquista lanzó el 17 de noviembre de 1936 sobre el palacio.
(6) Se salvaron los cuadros, que se encontraban almacenados en el cuarto más seguro, e in extremis muebles, tapices, cortinas, alfombras, porcelanas, cuberterías, que efectivamente se sacaron al jardín.
(7) Fotografía de Otto Wunderlich tomada entre 1915 y 1930. Archivo del Instituto Español de Patrimonio Histórico.
(8) Albert Thacker, ayuda de cámara inglés -tenía otro español- del duque.
(9) De soberanía noruega a partir de 1920, anteriormente era conocida como Spitzberg Occidental.
(10) Descubierto en 1873 por una expedición austro-húngara, este archipiélago de 191 islas pasó a soberanía rusa en 1926.
(11) Reconocido cazador, el duque de Medinaceli reunió en su palacio una colección de Historia Natural que al estallar la Guerra Civil fue trasladada al Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Cazó en África Oriental en 1908-1909 y años más tarde volvería al Polo Norte en 1921. Su experiencia en la expedición polar de 1910 la plasmó en Expedición ártica en verano de MCMX, un libro ilustrado de 63 páginas.
(12) Fotografía publicada en el diario ABC, de mayor calidad que las que acompañan los artículos citados de Nuevo Mundo y Por esos Mundos, en los que se puede ver al duque de Peñaranda con su morsa o recuperando su oso recién muerto.
(13) Pregunté sobre ello a la Fundación de la Casa de Alba y también desconocían quién realizó el trabajo. Ver nota 16.
(14) Tecnicismo del mundo de la arquitectura para referirse a un motivo decorativo de los relieves clásicos, generalmente representando cráneos de buey. Lo que Anasagasti debió ver fueron cráneos de búfalo, probablemente cazados en Sudán.
(15) Terminada la Guerra la propaganda del bando vencedor atribuiría al republicano la responsabilidad de la destrucción del palacio de Liria.
(16) Mi agradecimiento al doctor José Manuel Calderón Ortega por atender mi consulta.
(17) La publicación de este artículo coincide con la apertura al público, en pocas semanas, de parte del palacio de Liria. En las fotografías que la Fundación de la Casa de Alba publica en la web promocional, de entre los objetos citados en el texto, sólo se aprecian dos pares de colmillos de elefante, y relacionada además con la Taxidermia, en la biblioteca se expone la conocida escultura en bronce The Wounded Comrade del taxidermista norteamericano Carl Akeley en la que dos elefantes se embisten.


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Taxidermidades, 2019.

Bibliografía:
--- En el Mar Glacial Ártico. El duque de Medinaceli, cazador de osos , en Nuevo Mundo, Madrid, 2 de febrero de 1911.
Teodoro de Anasagasti Algán   Madrid en el segundo año de la Guerra. Sangrantes ruinas de Alba y Liria. Pinturas de Sert  , en Solidaridad Obrera, Madrid, 15 de diciembre de 1937.
Duque de Medinaceli [Luis Jesús Fernández de Córdoba Salabert]  Expedición ártica en el verano de MCMX , Blass, Madrid, 1919.
Geoffrey Cox   Eye-Witness in Madrid. Part II. Terror by Day and Night , en Harper's Monthly Magazine, vol. 175, Nueva York, julio de 1937
Francisco Javier de Gisbert Cazadores españoles en el Polo Norte , en Por esos Mundos, Madrid, 1 de marzo de 1911.
Pablo Neruda  Confieso que he vivido , Planeta, Barcelona, 2015.
Álvaro Real   El bombardeo del Palacio de Liria , en Mundo Gráfico, Madrid, 25 de noviembre de 1936.
Cipriano Rivas Cherif  Los grandes hombres, según sus ayudas de cámara , en Heraldo de Madrid, 29 de marzo de 1927. 
Víctor de la Serna  Mansiones españolas. El palacio de Liria , en Voluntad, nº 4, Madrid, 1 de febrero de 1920.
 
Recursos: 
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